Recuerdan que les dije que iba escribir algo para un revista. Algo medio entretenido. Pues aquí el primer adelanto.
Eu, minha namorada e os 70
Estoy aquí viendo el arco iris, la naturaleza y todo aquello que me hace sentir libre. O eso es lo que mi confundida y abierta mente está creyendo. Esta historia comienza en 1967, exactamente en Agosto. Ese Agosto, muy soleado, conocí a Agustina. Una rubia de anchas caderas, amplia sonrisa y ojos dominantes. Su piel, blanca como las nubes en verano, era sutil y firme. Su expresión, siempre sonriente, me sedujo desde el primer momento, como si mi alma y cuerpo supieran de ante mano lo que querían hacer con ella. Yo era joven, aventurero y dispuesto a salir a conocer el mundo. Ella, en cambio, tenía mejores planes para mí. Quería presentarme el nuevo destino del mundo. Mostrarme hacia dónde iba de ahora en adelante la humanidad, tenía visión, tenía aquello que me hacía falta: Los huevos para ser capaz de cambiar mi percepción de este loco mundo.
Estas palabras, sino son otra cosa, son una reflexión profunda de lo que Agustina me presentó en diez años que duró mi relación con ella. Con sus altibajos, sus cambios y sus noches demenciales. Aquí está, de la mano de una mujer, mis mejores años hasta aquí. Diez años para no olvidar, diez años en que yo junto con toda la humanidad se enamoraron de Agustina.
El primer contacto con este nuevo loco mundo lo tuve en la mitad de 1969, conocí algo que me abrió los ojos. Algo que de por sí ya superaba a los griegos. Superaba al método socrático ya que cada quién exponía sus pensamientos al aire, por locos que fueran, cada quién asumía una posición. Su posición, pero también la posición de los demás, de los que no existen, de los que existieron pero no se acuerdan, de los que existirán, de nosotros, de nuestro yo, de todos y sobretodo de nadie. Ahí fue cuando mi Agustina bonita, como me gustaba llamarla, me introdujo a la rueda.
La rueda, para comprenderla mejor, por difícil que parezca, es un punto de energía en el universo, donde las mentes convergen hacía la búsqueda de la verdad infinita. No importa cuántas sean, no tiene límite. El universo crea un punto negro que sigue la energía de las ideas, hace que sean libres y dancen con el infinito que claramente muestra un coqueteo con aquello que nos atrevimos a pensar. O eso era lo que se sentía cuando algunos extraños conocidos entablaban conversaciones épicas. Hablaban de lo mucho que necesitamos apartar la banalidad de nuestros cuerpos, al mismo tiempo que se enorgullecían que ellos fueran tan bellos. Alguna vez hablé de la importancia de controlar el tiempo a voluntad, para de esa forma poder volver al pasado y repetir lo bueno. Ir al futuro y disfrutarlo para volverlo a disfrutar, estábamos seguros que todo lo que se disfruta puede disfrutarse más si se hace dos, tres o cuatrocientas veces.
Estas palabras, sino son otra cosa, son una reflexión profunda de lo que Agustina me presentó en diez años que duró mi relación con ella. Con sus altibajos, sus cambios y sus noches demenciales. Aquí está, de la mano de una mujer, mis mejores años hasta aquí. Diez años para no olvidar, diez años en que yo junto con toda la humanidad se enamoraron de Agustina.
El primer contacto con este nuevo loco mundo lo tuve en la mitad de 1969, conocí algo que me abrió los ojos. Algo que de por sí ya superaba a los griegos. Superaba al método socrático ya que cada quién exponía sus pensamientos al aire, por locos que fueran, cada quién asumía una posición. Su posición, pero también la posición de los demás, de los que no existen, de los que existieron pero no se acuerdan, de los que existirán, de nosotros, de nuestro yo, de todos y sobretodo de nadie. Ahí fue cuando mi Agustina bonita, como me gustaba llamarla, me introdujo a la rueda.
La rueda, para comprenderla mejor, por difícil que parezca, es un punto de energía en el universo, donde las mentes convergen hacía la búsqueda de la verdad infinita. No importa cuántas sean, no tiene límite. El universo crea un punto negro que sigue la energía de las ideas, hace que sean libres y dancen con el infinito que claramente muestra un coqueteo con aquello que nos atrevimos a pensar. O eso era lo que se sentía cuando algunos extraños conocidos entablaban conversaciones épicas. Hablaban de lo mucho que necesitamos apartar la banalidad de nuestros cuerpos, al mismo tiempo que se enorgullecían que ellos fueran tan bellos. Alguna vez hablé de la importancia de controlar el tiempo a voluntad, para de esa forma poder volver al pasado y repetir lo bueno. Ir al futuro y disfrutarlo para volverlo a disfrutar, estábamos seguros que todo lo que se disfruta puede disfrutarse más si se hace dos, tres o cuatrocientas veces.
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Ese sueño fue tan real que todavía puedo sentir ese beso. O será que viajé en el tiempo.
2 comentarios:
cumpliendo ordenes paso por aca... apenas tenga tiempo le comento...
ando de un perdido de los demás blogs...
por cierto ya he aprendido un poco a las malas algo de su nueva lengua... poco pero algo...
Amor.
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