Amigo lector, intentaré, dependiendo de la cantidad de ayuda que me llegue, publicar el artículo del escritor invitado los Lunes, los dejo con lo escrito por Dani, los comentarios saben donde dejarlos, pero este se merece muchos.
Por: Daniel Ávila
Cuando Diego abrió los ojos por última vez me besó con su mirada y me mató con su dolor. Su madre había esperado toda la noche a que saliera del coma profundo en el que se encontraba hace tres días, pero nunca volvió a verlo sonreír. El instante que me regaló con los ojos despertó en mí profundos y gratos recuerdos que se me revolvieron agridulces al comprender que se iba para siempre. Recordé ese día en el parque cuando con sus patines se cayó una y mil veces, y se levantó una y mil veces raspándose cada vez con más alegría. Esa alegría que nunca perdió a pesar de su deficiencia cardiaca. Ese día me llevó con todos sus amigos que lucían sus pantalones con un orgullo que sólo el ancho de su forma proporcionaba. Sus manos llenas de manillas multicolores que se confundían con los cinturones metálicos y tenebrosos que muchos de ellos colgaban sobre su vientre. A sus once años Diego era un experto montando patines, saltando rampas, esquivando obstáculos, zigzagueando muros y deslizando tubos. Una de sus maniobras le abrió una profunda herida en la rodilla derecha al tropezar con un árbol. Cuando su madre lo llevó al médico fue cuando descubrieron lo frágil que podría resultar su corazón. Me llamó angustiada porque necesitaba que lo viera. Cuando llegué lloraba desconsolada. Le habían descubierto un soplo muy avanzado que debía ser tratado de inmediato. Una semana después ya estaba haciendo ejercicios con bandas sobre su pecho desnudo en un caminador que me producía escalofrío. Su madre me rogó con vergüenza que le comprara las pastillas que debía seguir con el tratamiento. Con su sueldo le era imposible. Alguna vez Diego me preguntó que quién era mi héroe y yo le dije que Peter Pan. Como no sabía quién era ese, le alquilé la película y lo invité a verla en mi casa. Al terminar me dijo que eso no era un héroe, que héroes eran como el Hombre Araña o como Flash. Recuerdo ese día en que fuimos a ver la Bella y la Bestia sobre el hielo. Él quedó fascinado y desde ese día su gusto por las acrobacias se hizo realidad. Me dijo que quería ser como ellos, saltar, correr, volar como ellos. Un mes después su madre le había comprado sus primeros patines con un esfuerzo que sólo ese amor de madre puede dar. Ese día sonó el teléfono y como pocas veces era para mí. Era Diego que me llamaba para que lo fuera a ver estrenar sus patines. Al notar su ansiedad corrí hacia su casa. Cuando timbré, la puerta se abrió instantáneamente como si me hubiera estado esperando. Sus primeros intentos fueron fallidos, pero su esfuerzo dio sus frutos en muy poco tiempo. Algún día me dijo que quería un hipopótamo de mascota y yo le prometí que se lo regalaría. Me pareció absurda la idea al principio, pero con sus argumentos me terminó por convencer de que un animal como ese podría estar bien si se tenían todos los cuidados necesarios: su pozo en medio del patio, su piscina y su pasto como alimento.
Diego estaba postrado sobre la cama con largos cables que entraban por su nariz y conducían a una bolsa de suero transparente. Aún no despertaba y su madre lloraba a pesar de la esperanza que conservaba de verlo activo nuevamente. Yo estaba justo frente a él y esperaba que en algún instante abriera sus ojos y se levantara de su cama para que se fuera a patinar. Recuerdo muy bien el día en que me dijo que me quería. Hace mucho tiempo nadie me decía tal cosa y quizá por eso temí responderle de igual forma. Sentí que alguna vez debería decírselo. Inmediatamente después me preguntó con esa curiosidad infantil que tanto nos hace falta a los adultos que por qué él y yo éramos hermanos. Me sorprendí con lo que me dijo y sólo atiné responderle que habíamos sido hijos del mismo papá. Con eso le bastó y no volvió a mencionar el tema. Lo único que sabía sobre su salud era que si el electroscopio daba saltitos, todo estaba bien. Diego siempre demostró su fortaleza a pesar de su niñez. Nunca le dije por qué Peter Pan era mi héroe. La única razón era que no crecía. Y yo quería que él no creciera. Su madre salió del cuarto cansada de llorar tanto y dormir tan poco. Yo seguía a su lado y fue en ese momento que abrió sus ojos que le pesaban como cañones. Así como era su mirada es como me imagino el paraíso. Después los volvió a cerrar y la línea del electroscopio empezó a dar menos saltitos, y menos saltitos, y menos saltitos hasta que no saltó más. Hoy lo extraño porque aún le debo mi te quiero y el hipopótamo que le prometí.
Para los que me preguntaban cómo mandarme su aporte, en la entrada aquí abajito encontrarán el cómo. La próxima semana se viene el artículo de Superman95 que me hizo reír bastante.
Hasta mañana, ya que por fin terminé un post. Saludes.
DIEGO
Por: Daniel Ávila
Cuando Diego abrió los ojos por última vez me besó con su mirada y me mató con su dolor. Su madre había esperado toda la noche a que saliera del coma profundo en el que se encontraba hace tres días, pero nunca volvió a verlo sonreír. El instante que me regaló con los ojos despertó en mí profundos y gratos recuerdos que se me revolvieron agridulces al comprender que se iba para siempre. Recordé ese día en el parque cuando con sus patines se cayó una y mil veces, y se levantó una y mil veces raspándose cada vez con más alegría. Esa alegría que nunca perdió a pesar de su deficiencia cardiaca. Ese día me llevó con todos sus amigos que lucían sus pantalones con un orgullo que sólo el ancho de su forma proporcionaba. Sus manos llenas de manillas multicolores que se confundían con los cinturones metálicos y tenebrosos que muchos de ellos colgaban sobre su vientre. A sus once años Diego era un experto montando patines, saltando rampas, esquivando obstáculos, zigzagueando muros y deslizando tubos. Una de sus maniobras le abrió una profunda herida en la rodilla derecha al tropezar con un árbol. Cuando su madre lo llevó al médico fue cuando descubrieron lo frágil que podría resultar su corazón. Me llamó angustiada porque necesitaba que lo viera. Cuando llegué lloraba desconsolada. Le habían descubierto un soplo muy avanzado que debía ser tratado de inmediato. Una semana después ya estaba haciendo ejercicios con bandas sobre su pecho desnudo en un caminador que me producía escalofrío. Su madre me rogó con vergüenza que le comprara las pastillas que debía seguir con el tratamiento. Con su sueldo le era imposible. Alguna vez Diego me preguntó que quién era mi héroe y yo le dije que Peter Pan. Como no sabía quién era ese, le alquilé la película y lo invité a verla en mi casa. Al terminar me dijo que eso no era un héroe, que héroes eran como el Hombre Araña o como Flash. Recuerdo ese día en que fuimos a ver la Bella y la Bestia sobre el hielo. Él quedó fascinado y desde ese día su gusto por las acrobacias se hizo realidad. Me dijo que quería ser como ellos, saltar, correr, volar como ellos. Un mes después su madre le había comprado sus primeros patines con un esfuerzo que sólo ese amor de madre puede dar. Ese día sonó el teléfono y como pocas veces era para mí. Era Diego que me llamaba para que lo fuera a ver estrenar sus patines. Al notar su ansiedad corrí hacia su casa. Cuando timbré, la puerta se abrió instantáneamente como si me hubiera estado esperando. Sus primeros intentos fueron fallidos, pero su esfuerzo dio sus frutos en muy poco tiempo. Algún día me dijo que quería un hipopótamo de mascota y yo le prometí que se lo regalaría. Me pareció absurda la idea al principio, pero con sus argumentos me terminó por convencer de que un animal como ese podría estar bien si se tenían todos los cuidados necesarios: su pozo en medio del patio, su piscina y su pasto como alimento.
Diego estaba postrado sobre la cama con largos cables que entraban por su nariz y conducían a una bolsa de suero transparente. Aún no despertaba y su madre lloraba a pesar de la esperanza que conservaba de verlo activo nuevamente. Yo estaba justo frente a él y esperaba que en algún instante abriera sus ojos y se levantara de su cama para que se fuera a patinar. Recuerdo muy bien el día en que me dijo que me quería. Hace mucho tiempo nadie me decía tal cosa y quizá por eso temí responderle de igual forma. Sentí que alguna vez debería decírselo. Inmediatamente después me preguntó con esa curiosidad infantil que tanto nos hace falta a los adultos que por qué él y yo éramos hermanos. Me sorprendí con lo que me dijo y sólo atiné responderle que habíamos sido hijos del mismo papá. Con eso le bastó y no volvió a mencionar el tema. Lo único que sabía sobre su salud era que si el electroscopio daba saltitos, todo estaba bien. Diego siempre demostró su fortaleza a pesar de su niñez. Nunca le dije por qué Peter Pan era mi héroe. La única razón era que no crecía. Y yo quería que él no creciera. Su madre salió del cuarto cansada de llorar tanto y dormir tan poco. Yo seguía a su lado y fue en ese momento que abrió sus ojos que le pesaban como cañones. Así como era su mirada es como me imagino el paraíso. Después los volvió a cerrar y la línea del electroscopio empezó a dar menos saltitos, y menos saltitos, y menos saltitos hasta que no saltó más. Hoy lo extraño porque aún le debo mi te quiero y el hipopótamo que le prometí.
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Para los que me preguntaban cómo mandarme su aporte, en la entrada aquí abajito encontrarán el cómo. La próxima semana se viene el artículo de Superman95 que me hizo reír bastante.
Hasta mañana, ya que por fin terminé un post. Saludes.
10 comentarios:
hermosa la historia, felicitaciones a Daniel.
lo malo es que ahora me va a costar más trabajo escribir la mía, es que competir contra esto es bastante difícil.
Saludos Sebas
Me he tropezado con este blog por casualidad, y me he llevado una gran sorpresa.
Hace un poco mas de un mes, un gran amigo mío llamado Diego falleció en un terrible accidente de auto.....leyendo tu dulce escrito, me llegaron a mi mente y alma una infinidad de sentimientos y recuerdos....
Un cordial saludo! Te seguire leyendo
A mí me parece que puedes llegar a escribir bien, pero hay ciertas cosas que no suenan muy bien:
colgaban sobre su vientre(quieres decir tenían puestas alrededor o qué)
montando patines (uno se monta en algo como un carro, un bus o una bicicleta, pero no se monta patines, se patina)
deslizando tubos (desilzarce sobre tubos, deslizar tubos hacer que los tubos pasen sin problema)
tropezar con un árbol (a menos que fuera un árbol tirado en el pido, lo correcto sería estrellarse
soplo muy avanzado (esta es la mejor, un soplo es un soplo, el soplo no avanza de grado, como puede ser inocuo, puede también indicar una enfermedad, el soplo en sí no representa ninguna amenaza)
su gusto por las acrobacias se hizo realidad (esto no lo entendí, al nino ya le gustaban las acrobacias o o fue en ese momento cuando le empezaron a gustar?)
Mis consejos: sigue escribiendo, no utilices frases de cajón y relee tus textos después de haberlos escrito.
Qué pena, no pude leer el post.
Te quería decir era que 'acepto la misión' pero si me das vos el tema porque si has visitado mi chuzo últimamente, sabrás que ando carente de inspiración.
Saludos pelao!!
DANI... tan grande como en la cancha como en las letras... la herencia no se puede negar y eres digno de no ser un invitado más, sino de ser un invitado especial, un VIP o algo que se le parezca. Tus escritos no deben tocar las puertas de los blogs sino al contrario. Un abrazote.
oiga que buen post. felicitaciones a daniel...deberia animarse a tener su blog.
ahhh y de acuerdo con maria, yo que dizque quiero mandarle un post, pero es que con esa competencia..... ;-)
Saludos
Ahora sí comento el post de Diego:
Parce, ese post está muy bacano. Es una historia muy bien contada y tiene un par de frases magistrales. Concuerdo con quienes dicen que deberías escribir más.
el post de Daniel, era
Agradezco a todos por sus comentarios, especialmente al dueño de este blog por permitirme este espacio que me divierte tanto.
Que historia tan bonita.. me gustó!
No tengo nada más que decir.. creo que mejor esperaré la siguiente.. :D
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